La fama siempre ha sido tentadora al punto que, desde tiempos inmemoriales, el reconocimiento ajeno y el éxtasis de ver multiplicada al infinito la propia imagen, ha motivado gran parte de las conductas humanas. A veces la anhelada fama viene como fruto de una labor determinada, otras, es un fin en sí mismo.

Banalidad, egos desbocados, industria, zoncera o todo eso junto forma parte de la materia prima de ese “famosismo” que forja parte de nuestra cultura. Hasta acá, nada demasiado nuevo bajo el sol: nos sentamos en la tribuna y, vaya paradoja, miramos a los famosos para criticarlos, comentar sus particularidades y renegar de su existencia, sin por ello dejar de sentir en ocasiones que forman parte de una suerte de Olimpo en el que viven, glamorosos ellos, ajenos a la prosaica vida de los “normales”.

Pero de repente esa realidad de pantalla cambia de escenario y se muda a la propia casa. Esto es así cuando el hijo o la hija, que inician su pubertad, se descuelgan con la frase inesperada: “Quiero ser famoso/quiero ser famosa”, dejando sin palabras a sus padres.

TikTok, Instagram, YouTube… o tal vez la estelaridad futbolera o la ensoñación de ser una nueva Tini, no importa, chicas y chicos traducen en sueños propios el mundo que se les ofrece y dicen, sin filtros y en plena mesa familiar, que la fama es su objetivo en la vida.

Ocurre bastante más de lo que podríamos pensar en un principio, y si bien los grandes son los que empezaron con esa adicción a los likes ajenos, los chicos también nadan en el mismo mar y desean emular a los personajes a los que admiran. Recordemos que la adolescencia es una edad en la que los chicos y chicas van buscando personas y personajes que reemplacen, en parte, aquel brillo modelador que otrora tenían los padres cuando eran idealizados, en la reciente infancia.

Cada tanto algunos chicos y chicas logran destacarse en las redes, o algunos no tan- chiquitos se transforman en ídolos y se ubican en el lugar de ejemplo y de pedagogos (de calidad diversa) acerca de cómo mirar la vida. Son esos famosos: youtubers, tiktokers, instagrammers, los que se transforman en la Meca de los jovencitos que se deslumbran con la idea de convocar, por la gracia de un toque mágico y poca elaboración previa, la mirada deslumbrada de aquellos que los idolatrarán tanto como ellos idolatran a esos famosos a los que siguen.

Siempre han pasado cosas parecidas, como con los músicos y los actores y actrices que habitaban la primera juventud de los que hoy son padres. Para bien o para mal, la fama es una suerte de cielo pagano al que aspiran aquellos que desean dejar de lado, total o parcialmente, su frágil condición terrenal.

La idealización de la fama no está tan mal, pero sí es bastante negativo el hecho de quedarse “atascado” en ese ideal y no poder “volver” de ese ensueño. Los psicólogos siempre hacen referencia a aquella frase de Freud que hablaba de “su majestad el bebé” en alusión al glamour que tiene todo chiquito que convoca con su brillo las miradas arrobadas de los adultos circundantes. Nada hay más parecido a un Rockstar o un famoso youtuber que un chiquito rodeado de gente que lo alaba y festeja de manera “embobada”.

La tarea de los padres más sensatos será la de ayudar a que esa eventual fama deseada por sus hijos, si es tan importante, sea producto de algún nivel de tarea personal, como la de “amar y trabajar” (Freud dixit), dejando la exageración mágica de lado.

Solo allí, si vienen los flashes, los seguidores y las rojas alfombras, la fama se disfrutará de verdad, y no quemará, a los portadores de la misma, en la hoguera de la vanidad.

Fuente: diario La Nación  – Autor: Lic. Miguel Espeche

 


Compartir:


  Categorías:

Artículos de interés y actividades por la salud emocional, Sin categoría