Todas las personas pasan por momentos de conflicto que implican adaptarse a una nueva situación vital. Estos momentos pueden ser previsibles, como la adolescencia, o inesperados como el divorcio.

Cuando hablamos de crisis nos referimos a una situación o proceso que implica un conflicto y la necesidad de tomar decisiones. Se caracterizan por la desorganización que generan debido a la imposibilidad de seguir utilizando los métodos acostumbrados para la solución de un problema.

En una situación de crisis nos hacemos muchas preguntas, vivenciamos sentimientos de miedo e incertidumbre, nos agobiamos. Sin embargo, las crisis nos permiten reflexionar, evaluar alternativas, explorar nuevas posibilidades de resolver un conflicto, movilizar nuevos recursos, promoviendo la reformulación de creencias y valores, motivando nuevos objetivos en la vida.

Los cambios implican movimiento a nivel emocional y psicológico. En ocasiones, la exigencia de la circunstancia que nos encontremos atravesando puede superar la capacidad de adecuarse, provocando confusión, inseguridad, dolor y tristeza, pudiendo generar resistencia al cambio. El contexto social, económico, las creencias, la educación, entre oros, serán factores a considerar. Va a depender de los recursos adaptativos de cada individuo la posibilidad de afrontar y superar cada crisis.

Existen dos grandes grupos de crisis, las llamadas “crisis circunstanciales” y las “crisis vitales”. Las primeras son aquellas que nos encontramos de manera inesperada, como pueden ser los accidentes, el fallecimiento de un ser querido, la pérdida del empleo, divorcio, etc. Son ajenas al individuo e imprevisibles. Provocan gran malestar emocional y tensión.

Por otro lado nos encontramos con las crisis vitales, que son etapas que cada persona atraviesa, en lo general, desde el nacimiento hasta su muerte favoreciendo, la evolución y desarrollo. Estas etapas están definidas y son esperables ya que están previstas por la vida. En cada etapa, por ejemplo la adolescencia, las personas tienen que realizar determinadas tareas, suponiendo un reajuste. Si este reajuste no se hace de forma adecuada, la fase no se habrá resuelto bien y completamente, lo que supone que cuando haya otra etapa, los reajustes no se puedan realizar de forma correcta, ya que los anteriores no estaban completados.

En la infancia se desarrollan habilidades básicas a nivel físico, se requiere de estabilidad emocional y cuidados específicos. Surgen nuevos contextos sociales y aprendizajes necesarios para el desarrollo. Aquí el niño irá buscando paulatinamente autonomía e independencia.

En la adolescencia la persona tendrá que adaptarse a cambios corporales y a nuevas emociones, implicando oscilación de las mismas. Continúa la búsqueda de la independencia y mayor deseo de autonomía, ahora con cuestionamientos acerca de los valores y creencias inculcadas. Surgen las crisis de identidad e identificación sexual.

En la adultez temprana se espera que el individuo haya alcanzado su independencia y completa autonomía (lo cual se evidencia en la posibilidad de tener un empleo y sustento  económico). Aquí se desarrolla el estilo de vida de la persona, su contexto social, surgen nuevos roles (pareja, padre/madre, por ejemplo). Las crisis esperables son la conformación de la pareja, el nacimiento de los hijos y la crianza, la escolaridad, etc.

En la adultez media se dan cambios no solo en la vida de la persona sino también, si han tenido, de sus hijos (quienes atraviesan sus propias crisis). Es común que las personas en esta etapa revean su vida y las decisiones que han tomado en edades más tempranas, al mismo tiempo que empiezan a sentirse los cambios a nivel fisiológico.

En la madurez surgen nuevas responsabilidades ya que los padres están ancianos y, al mismo tiempo, la persona se prepara para su vejez, revisando su vida en pareja, la relación con sus hijos, el nido vacío (retirada de los hijos del hogar), la pronta jubilación, etc.

En la vejez las personas se preocupan por tener una buena calidad de vida. Se descubren nuevos pasatiempos. Se debe realizar una adaptación a los cambios físicos y sociales (ya sin empleo y sin la responsabilidad de la crianza).

Las situaciones de crisis, sean esperadas o inesperadas, nos proponen una oportunidad de cambio. Cada persona irá manifestando su malestar emocional de diferentes maneras, atravesando la tristeza y el miedo, favoreciendo su desarrollo, buscando nuevas herramientas que permitan la adaptación y crecimiento personal.

Lic. Josefina Peano, Psicóloga – M.P. 7777

Miembro de Fundación Clínica de la Familia  


Nota publicada en diario Puntal el sábado 10 de junio de 2017.

Informar para la Salud - 23-07-16


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