El artículo invita a reflexionar sobre el impacto de las mismas en la construcción de la identidad y socialización de los niños y adolescentes.

Pokémon Go es una aplicación para celulares que promociona la socialización en vivo en lugares determinados guiados por un mapa, convierte los paseos en un juego y en el que se puede conocer gente. Provoca además, reuniones masivas de público persiguiendo objetivos virtuales. Podemos decir entonces que la realidad aumentada está aquí para quedarse, y aunque se desvanezca como moda en unas semanas, Pokémon Go ha abierto una puerta al progreso, le ha vendido al mundo un concepto que hasta ahora era futurismo y ciencia-ficción, es decir: “la realidad aumentada”.

¿Prohibirlo o Permitirlo? Ni una cosa ni la otra, sino que tal vez sería una medida equilibrada, poder permitir su uso en el marco de ciertas límites, siendo estos últimos, resultado de una mirada crítica y consensuada entre padres e hijos, acordando entre ambos criterios de cómo y cuándo usar, tanto ésta aplicación como todas aquellas que el mercado ofrece.

Tanto internet como los teléfonos celulares han revolucionado el acceso a los jóvenes, y público en general a la información, y también les ha cambiado la forma de relacionarse. Por otra parte sabemos que en las redes sociales hay peligros potenciales, pero también ofrecen una cantidad de oportunidades. La clave está en qué uso se le da, en especial cuando son niños y adolescentes. Los profesionales de la salud en general, y de la salud mental en particular, hacemos hincapié en la importancia de la prevención, ya que cuando se trata de niños el control tiene que ser total y cuando son adolescentes hay que buscar la forma de saber qué hacen.

La humanidad viene alterando significativamente los modos de comunicar, dé entretener, de trabajar, de negociar, de gobernar y de socializar, sobre la base de la difusión y uso de las TIC a escala global. En este sentido, para que las redes sociales faciliten el aprendizaje informal de nuestros jóvenes, se debe generar un cierto compromiso con el pensamiento crítico, siendo la familia y la escuela, son las principales instituciones capaces de forjar dicha reflexión crítica.

Podemos pensar a la sociedad contemporánea como una sociedad de consumo. En un contexto social como el nuestro es importante observar, en todos los estratos sociales y en todos los segmentos etarios, la demanda permanente del consumo de determinados bienes simbólicos, materiales y culturales que impactan en la construcción de las identidades. De esta manera, los procesos de subjetivación y socialización están siendo mediatizados por los circuitos de consumo en los cuales los sujetos participan.

A lo largo de la vida, los individuos van ampliando sus círculos sociales, es decir, a medida que van creciendo participan de nuevos espacios sociales en los cuales aprenden a relacionarse con otras personas. De esos espacios, la escuela tanto como la familia, se constituyen en instituciones que reciben y acompañan a los sujetos durante prolongados períodos de tiempo.

Por esta razón, es preciso reconocer a estos últimos como espacios privilegiados de producción y organización del lazo social, de encuentro con otros y que brindan a niños y jóvenes, la posibilidad de transitar su cotidianidad, construyendo determinadas visiones y versiones del mundo, a partir de sus recorridos, permitiéndoles construir proyectos de vida en el futuro, ayudando a prevenir aspectos negativos de la vida, como la violencia y el consumo en general. Es fundamental incluir acciones que apunten a prevenir las prácticas de consumo, de ocupación del tiempo libre, la vida saludable, los estereotipos, modelos de éxito y de felicidad. Todos como componentes de la cultura y las prácticas sociales, requieren ser reconocidos, valorados, analizados y para ello, ser incorporados como aprendizaje. En el caso de niños y jóvenes, prevenir es, fundamentalmente, educar, contribuyendo a la construcción de personas más seguras, maduras y capaces de administrar los riesgos cotidianos. Prevenir implica además, generar condiciones de confianza, seguridad y bienestar, conformando redes de sostén emocional que les permitan a niños y jóvenes constituirse como sujetos plenos. Para esto, es fundamental los vínculos que se construyen en las familias, entre padres e hijos, fortaleciendo relaciones y canales de participación y comunicación, acompañándolos, guiándolos, mostrándoles las opciones para elegir, sus pro y sus contra, y siempre recordar que los padres somos las figuras sobre las cuales nuestros hijos construyen su identidad.

 Lic. Mariela Caraballo, Psicóloga – M.P. 2552

Profesora de Nivel Superior

Miembro de Fundación Clínica de la Familia


Nota publicada en diario Puntal el sábado 20 de agosto

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