Los aportes de la neurociencia social demuestran que la empatía es una capacidad innata de los seres humanos que nos permite comprender a los demás y nos motiva a calmar su dolor.

La posibilidad de ampliar los márgenes de las respuestas empáticas, es un desafío educativo para las sociedades que deseen promover la paz social.

Si va por la calle y observa que un niño llora de dolor ¿lo consuela o continúa con su marcha? Si bien podemos pensar que esta respuesta es una decisión consciente tomada en pocos segundos, resultados de investigaciones que utilizaron neuroimágenes funcionales han demostrado que cuando una persona observa el dolor de otro, de forma automática se activa en éste un circuito neuronal del dolor, similar al que se activaría si hubiese experimentado el dolor en “carne propia”. Sin esfuerzo alguno, nuestro cerebro simula los estados emocionales y acciones de los demás. Observamos que un niño siente dolor y experimentamos una emoción próxima al dolor del niño que nos motiva ayudarlo. Esta capacidad de compartir y comprender los estados emocionales de los demás se denomina empatía e involucra áreas cerebrales que tienen más de cien millones de años de antigüedad.

La empatía humana abarca varios sistemas neurobiológicos compartidos con otras especies, parcialmente disociables y en constante interacción. Al observar un niño que llora de dolor se produciría automáticamente en nuestro cuerpo una activación emocional similar al dolor del niño. Luego, la preocupación empáticas nos motivaría a consolarlo y, por último, la compresión emocional permitiría una decisión consciente que considera las causas del dolor; si el niño merece ese dolor o no y si la situación permitiría que reciba ayuda. Así, la empatía nos conecta emocionalmente con los demás facilitando el “tango social” de estar con otros y, de esta manera, lograr nuestras metas individuales y sociales. Al mismo tiempo, la empatía es la base para el desarrollo de las emociones morales. Cuando se percibe a una víctima sin control de la situación, la empatía se trasforma en compasión. Si observamos que una tercera persona es responsable del dolor de la víctima podemos sentir indignación, y si se percibe que uno mismo es el causante del dolor de una víctima, el dolor empático tiende a transformarse en culpa interpersonal. Nos sentimos responsables del dolor del otro y necesitamos reparar ese daño.

¿Pero cómo sería nuestra vida si tuviésemos que compartir todo el sufrimiento del mundo? Como toda reacción emocional la empatía necesita de una situación que la dispare y un umbral o portal para ser activada. La principal puerta de entrada de la empatía es la identificación. La empatía se edifica sobre la proximidad, la similitud y la familiaridad, lo cual es bastante lógico si se piensa que evolucionó para promover la cooperación dentro de un grupo. Estamos dispuestos a compartir nuestros sentimientos con quienes nos identificamos, nos resulta sumamente fácil empatizar con personas de nuestro círculo más cercano. Fuera de este círculo, la respuesta es opcional, y depende en gran medida si podemos permitirnos, o queremos, sentirnos afectados. Si lo permitimos, somos capaces de involucrarnos plenamente con el protagonista de una película hasta las lágrimas y consolamos a las personas que amamos hasta dejar de lados nuestras necesidades. Sin embargo, también somos capaces de desear el sufrimiento de los demás y realizar acciones crueles. El proceso que inhibe casi por completo a la empatía es la deshumanización, tomar al otro como un objeto para la satisfacción de nuestras necesidades directas o indirectas. Por ejemplo, un psicópata carece de preocupación empática, el componente emocional de la empatía, pero es muy hábil en leer las situaciones sociales y comprender a los demás para lograr lo que se propone. Lo mismo ocurre con un torturador. Para Frans de Waal, un etólogo contemporáneo, nuestras instituciones democráticas condenan a quienes de forma cruel y directa satisfacen sus necesidades por intermedio de otras personas ¿Pero qué pasa con los lobos de Wall Street o las personas que gozan de poder político o económico y lo utilizan para su beneficio personal? Las cosas cambian cuando la satisfacción de las necesidades perjudica a los demás de forma indirecta, y la inhibición de la empatía se ve justificada y favorecida por un sistema social que promueve interacciones exclusivamente competitivas, basadas en motivaciones egoístas y en la plena satisfacción de necesidades individuales.

Los estudios empíricos demuestran que la empatía surge en los primeros meses de vida, pero no se desarrolla de forma automática. Más bien, está influenciada por las conductas de apego y los cuidados parentales, siendo muy flexible a las influencias contextuales. Esto significa que la empatía se educa. No se trataría de pedir que nuestra especie haga algo a lo que es ajena, sino de edificar una cultura empática sobre la base de logros evolutivos que nos permitieron sobrevivir como grupo. La empatía nos demuestra que cada individuo está conectado a algo más grande que sí mismo. Una cultura empática se inspira en la confianza mutua y en la ética del semejante. Posiblemente por esa razón las encuestas no registran los niveles más elevados de felicidad en las naciones más ricas, sino en aquellas con mayor grado de confianza entre sus ciudadanos.

Lic. Juan Pablo Zorza. Psicólogo M.P. 4512 – Miembro de Fundación Clínica de la Familia

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