Sentirse optimista respecto al futuro podría parecer imposible, especialmente ahora. Sin embargo, hay rasgos comunes que comparten los optimistas y que pueden ayudar a mejorar la disposición de cualquiera.

El lado amable es una serie sobre cómo funciona el optimismo en nuestra mente y el modo en que impacta en el mundo que nos rodea.

Imagina que estás de vuelta en la secundaria —luces fluorescentes que zumban, sillas de plástico duro, un aula atestada de hormonas y ansiedad— y acabas de aprobar un examen. ¿Piensas: “Supongo que hoy tuve suerte”? ¿O tu monólogo interno dice: “Diablos, ¡qué bueno soy en esto!”?

Ahora imagina que reprobaste el examen. ¿Tu voz interior te susurra “Claro. Eres pésimo para esto”, o dice: “Uf, no estudiaste lo suficiente”.

¿Y cuál de estas respuestas podría etiquetarte de optimista?

Podrías pensar, por ejemplo, que la primera respuesta —atribuir un buen resultado a la suerte— es una señal de optimismo, pues sugiere que vendrán buenos tiempos. (Al fin y al cabo, ¡tienes suerte!) Sin embargo, creer que un buen resultado se debe a elementos fuera de tu control en realidad revela una perspectiva pesimista.

Y aunque la respuesta autocrítica al mal resultado (no estudiaste suficiente) pueda parecer deprimente, en realidad es producto del pensamiento positivo, pues sugiere que crees que si adoptas un enfoque diferente en futuros exámenes, puedes esperar un resultado mejor.

Se buscan optimistas con los pies puestos sobre la tierra

Cuando hablamos de optimismo, a menudo es fácil simplificarlo demasiado y verlo como una perspectiva implacablemente positiva. Imaginamos que los optimistas se pasan el tiempo mirando el lado bueno de la vida a través de cristales de color de rosa, bebiendo a sorbos vasos medio llenos de buena actitud.

Pero la ciencia sugiere que la mejor forma de entender el optimismo no es viéndolo como una actitud inmutable, sino como un patrón de respuestas que, en conjunto, determinan cómo vemos nuestras perspectivas. Ser optimista es más complicado que pensar despreocupadamente, “Todo saldrá bien”.

Resulta que el optimismo y el pesimismo tienen que ver con las historias que nos contamos a nosotros mismos después de nuestros éxitos, y también de nuestros fracasos.

ImageIlustración de un sol amarillo y una nube gris en un balancín. El sol amarillo está más bajo que la nube gris, lo que indica que tiene más peso.

Así que pregúntate lo siguiente: ¿Qué tipo de historias te has contado en los últimos años, un periodo de tiempo que puede haber resultado difícil hasta para el optimista más experimentado?

Porque resulta que esas historias importan. Y los psicólogos han ideado preguntas que pueden ayudarnos a entender por qué.

Hagamos la prueba con una pregunta.

Vas a esquiar y te caes mucho. Eso se debe a que:

Esquiar es difícil.

Las pistas estaban cubiertas de hielo.

Actualmente, ser optimista puede parecer un reto. Si alguna vez hubo un momento para ser pesimista sobre el optimismo, parecería ser ahora.

En efecto, una encuesta Gallup de 2022 reveló que el número de estadounidenses que creen que la próxima generación disfrutará de un nivel de vida superior al de sus padres ha descendido un 18 por ciento desde 2019. Ese cambio drástico es comprensible, pero no tiene por qué ser permanente.

Cuando Martin Seligman era un joven al borde de la edad adulta, en los inicios de la década de 1960, era un pesimista convencido. “Jugaba con la idea de escribir sobre la muerte y el morir, y vestía de negro mucho tiempo”, escribió Seligman en su autobiografía, El circuito de la esperanza. “Era perversamente introspectivo, y durante el primer año de universidad llevé un diario manuscrito de pensamientos oscuros”.

Seligman tenía sus razones. Su padre, tras una serie de derrames cerebrales, había quedado paralítico y deprimido, sin recuperarse nunca ni física ni emocionalmente. Becado en una academia militar privada en la que no encajaba fácilmente con sus acomodados compañeros de clase, se le habían negado ascensos y premios a pesar de ser de los mejores de su clase en el bachillerato; desaires que, años más tarde, un exprofesor confirmó que habían sido manifestaciones de antisemitismo.

A los 18 años, Seligman habría parecido un candidato poco probable a convertirse en un futuro fundador del campo conocido como psicología positiva.

Pero encontró su lugar y a su gente en la Universidad de Princeton, escribe, y más tarde se dedicó a la investigación de posgrado en psicología en la Universidad de Pensilvania. Seligman se distinguió por su trabajo sobre el fenómeno de la indefensión aprendida: la idea, interiorizada en diversos grados por algunos de nosotros, de que nada de lo que hacemos importa, y entonces no tiene sentido intentarlo. En otras palabras: lo contrario del optimismo.

Seligman y otros investigadores examinaron este fenómeno mediante una serie de experimentos, como exponer a animales de laboratorio o a sujetos humanos a condiciones adversas, como una descarga leve o un ruido irritante. A veces proporcionaban un mecanismo para que los sujetos hicieran cesar el ruido irritante; en otros casos, no había forma de que el sujeto cambiara su situación. El objetivo era ver si se podía enseñar a las personas a buscar una solución o convencerlas de dejar de intentarlo.

Pero Seligman descubrió que había un grupo que seguía intentando mejorar sus circunstancias mucho después de que los demás participantes del estudio se habían rendido. Seligman se fascinó con estos sujetos que, resultó, tendían a ser más optimistas cuando se evaluaban sus actitudes.

Entonces Seligman decidió estudiarlos a ellos.

En los años transcurridos desde entonces, él y sus colegas han examinado a los optimistas entre nosotros: qué nos hace ser optimistas, qué aspecto tiene el optimismo y hasta qué punto puede aprenderse a ser optimista. understanding of how optimism works.

Probemos con otra pregunta.

Tu pareja quiere enfriar las cosas por un tiempo. Esto se debe a que:

Soy demasiado egocéntrico.

No paso suficiente tiempo con él o ella.

¿Qué más sabemos sobre el optimismo? Las investigaciones sugieren que nuestro punto de partida, o modo predeterminado, se hereda, al menos en parte. En un estudio de un grupo numeroso de gemelos, Seligman y otros descubrieron que los gemelos idénticos —cuyo ADN coincide a la perfección— tenían más probabilidades de ser ambos optimistas que los mellizos, que solo comparten la mitad de su ADN.

Las evidencias también sugieren que el optimismo es básicamente igual en todas las categorías raciales y prácticamente igual en hombres y mujeres. Y, en general, es un rasgo bastante estable: es probable que quien es optimista de joven siga siéndolo en la vejez.

Pero, ¿de dónde viene la capacidad de optimismo? Elaine Fox, profesora de psicología de la Universidad de Adelaide, ha estudiado la neurociencia del optimismo y el pesimismo. Ella plantea estas dos actitudes como manifestaciones de nuestros dos impulsos más básicos: perseguir la recompensa y evitar el peligro.

Ella explica que hay dos estructuras cerebrales primarias implicadas en esos impulsos: la amígdala, asociada a reacciones emocionales como el miedo y la incertidumbre, y el núcleo accumbens, que tiene que ver con nuestro sistema del placer. Ambas son estructuras antiguas que tenemos en común con muchos otros animales. Sin embargo, en los humanos, ambas están en constante conversación con nuestra corteza prefrontal, que mitiga, o razona, con las otras partes del cerebro.

La analogía común es un acelerador y un freno. En una persona muy ansiosa, la amígdala podría estar más activa como acelerador, mientras que la corteza prefrontal es menos propensa a pisar el freno. En un optimista, el núcleo accumbens podría estar más activo, explicó Fox, mientras que “los controles de este también están ligeramente menos activos”.

Los sistemas del placer en el cerebro no solo tienen que ver con las sensaciones de disfrute o satisfacción, explicó. También regulan nuestros deseos e impulsos. Fox argumentó que gran parte del éxito que se atribuye a tener una perspectiva optimista realmente tiene que ver con la persistencia y la adaptabilidad. “No es una especie de jugo mágico”, dijo sobre el optimismo; es que las personas que tienden al optimismo son más propensas a persistir en el logro de sus objetivos.

O como dijo Seligman: “Los optimistas se esfuerzan más”. Y eso ayuda en todo tipo de formas evolutivamente beneficiosas, incluso “en el sexo y en la supervivencia”.

Más allá de las más básicas luchas evolutivas, sabemos que, en general, el optimismo es bueno para nosotros. Los optimistas tienden a vivir más, a tener más éxito profesional y a ser menos propensos a sufrir depresión y otras enfermedades.

Las investigaciones de Seligman muestran que, cuando hay crisis, el optimismo puede incluso ofrecer cierta protección contra la aparición del trastorno de estrés postraumático o TEPT.

“El primer día que te alistas en el ejército de Estados Unidos, haces un examen de 100 preguntas que diseñamos”, explicó Seligman. “Te pregunta sobre el optimismo, el pesimismo y la catastrofización”, una forma extrema de pesimismo que implica una ansiedad irracional por el peor resultado posible; por ejemplo, si tu cónyuge no te envía un mensaje de texto al salir del trabajo y te sumerges en una espiral de visiones de un accidente automovilístico o un funeral.

El equipo de Seligman observó a una cohorte de casi 80.000 soldados estadounidenses que ingresaron en el ejército, hicieron el examen y luego fueron enviados a Irak o Afganistán para el servicio activo entre 2009 y 2013. (Los resultados del estudio se publicaron en un artículo de 2019 en la revista Clinical Psychological Science).

“Al cinco por ciento de los militares se les diagnostica TEPT”, dijo Seligman, “y nos preguntamos: ¿podría predecirse? Y la respuesta fue, rotundamente, sí”. Seligman identificó dos factores de riesgo del TEPT. Uno es el combate severo y el otro, dijo, “estar en el peor cuartil de los pesimistas”.

Con todos los demás factores siendo iguales, los soldados que más se inclinaban hacia el pensamiento catastrófico tenían un 29 por ciento más de probabilidades que el soldado promedio de sufrir TEPT, mientras que los soldados menos catastrofistas tenían un 25 por ciento menos de probabilidades. Cuando se combinaba el pensamiento catastrófico con el combate de alta intensidad, los resultados eran, bueno, catastróficos: esos soldados tenían un 274 por ciento más de probabilidades de desarrollar TEPT que aquellos que evitaban ambos factores de riesgo.

El optimismo no es solo un factor que afecta nuestra salud mental. Seligman y otros han realizado estudios a largo plazo que dan seguimiento a optimistas y pesimistas a lo largo de los años, y monitorean cosas como las enfermedades cardiovasculares.

“La gente ha calculado que estar en el cuartil inferior de los pesimistas es aproximadamente igual que fumar dos y tres paquetes de cigarros al día, en lo que respecta a la muerte cardiovascular”, dijo Seligman. En cuanto a la mortalidad por todas las causas, reportó que “las personas optimistas viven, en promedio, entre seis y ocho años más que las pesimistas”.

¿Puede ser bueno el pesimismo bajo alguna circunstancia? “Está claro que tiene utilidad, porque hay mucho de él”, dijo. Pero solo ha encontrado una profesión de las que ha examinado (no ha estudiado al periodismo; se lo pregunté) en la que parece ser una ventaja clara.

“Los abogados lo llaman prudencia”, dijo. “Pero básicamente es intentar proteger a tu cliente contra todas esas cosas horribles e improbables que podrían suceder”.

En un estudio de una cohorte de la facultad de derecho de la Universidad de Virginia, los pesimistas tenían más probabilidades de entrar en la revista jurídica y, en última instancia, tenían más probabilidades de encontrar mejores trabajos. Sin embargo, señaló Seligman, los abogados también tienen tasas de divorcio, depresión y suicidio superiores a la media.

Explicó que ver siempre el peor escenario posible puede ser una ventaja en las circunstancias adecuadas, pero también puede tener un costo.

Bien, última pregunta.

Cuentas un chiste y todos se ríen:

El chiste era gracioso.

Mi ejecución fue perfecta.

Personalmente, estos días me siento más pesimista. La descripción de Seligman de lo que nos decimos cuando somos catastrofistas —“cuando me pasan cosas malas, todo se desmorona”— me resultó incómodamente familiar.

Por eso fue útil hablar con Seligman y Fox y reconocer estos patrones en mis propias ideas: ver cómo me inclino a generalizar a partir de los eventos negativos en mi vida y a ignorar o ponerles objeciones a los aspectos positivos. Me di cuenta de que estos patrones de pensamiento son tangibles y específicos. Así que siento que es algo que puedo abordar.

Seligman confirmó esa corazonada. Con cierto esfuerzo, podemos alterar nuestro equilibrio de pensamientos optimistas y pesimistas.

“Ahora es un hallazgo sólido y replicado que se puede enseñar a la gente, por ejemplo, a refutar sus pensamientos más catastróficos con evidencias razonables y convertir el pesimismo en optimismo”, dijo.

Varios metanálisis recientes, que han analizado datos de decenas de estudios con decenas de miles de individuos, han examinado la investigación sobre técnicas de asesoramiento conocidas como intervenciones de psicología positiva, programas que nos ayudan a replantear las historias que nos contamos a nosotros mismos. Estos metanálisis descubrieron que las intervenciones eran sistemáticamente beneficiosas.

“Así que existe una tecnología”, dijo Seligman, “y funciona”.

Tanto si te inclinas por el optimismo como por el pesimismo, tienes cierto control sobre tu perspectiva. Y eso es motivo de optimismo.

Las preguntas incluidas más arriba proceden del test de optimismo diseñado por el proyecto Authentic Happiness de la Universidad de Pensilvania. Puedes hacer el test completo, de forma gratuita, en internet.

 

Fuente: www.nytimes.com. Por Eva Holland, escritora independiente radicada en Whitehorse, Yukón.


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