El autor reflexiona acerca de lo que implica el diagnóstico de un trastorno mental y las necesidades de cada paciente

Un tema de gran interés en la historia de la medicina siempre ha sido el relacionado con las clasificaciones de las enfermedades. Si hablamos desde la psiquiatría, ello aparece con más relevancia no sólo por la diversidad de enfoques que se pueden encontrar para una misma situación problemática, sino también por las implicancias socioculturales que genera el ser catalogado con algún tipo de “afección” mental.

Las enfermedades existieron desde antes del nacimiento de la medicina y con el avance científico y las nuevas tecnologías de diagnóstico la lista se fue incrementando exponencialmente. La psiquiatría no estuvo, ni está, fuera de este proceso.

Desde principios de nuestra formación de grado nuestros profesores nos proponen seguir una metodología específica como una de las maneras para ejercer correctamente nuestra profesión. Observación y categorización de los síntomas, formulación en base a ellos de una entidad nosológica, estudios complementarios para confirmar el diagnóstico y, finalmente, la implementación de la terapéutica que en ese momento se considere más apropiada.

Sin lugar a dudas, esta manera de abordar una situación problema deriva, o al menos tiene mucha influencia, de una de las formas validadas y reconocidas que tiene la ciencia de adquirir conocimiento, el método científico.

Ahora bien, la psiquiatría, a mi humilde entender; es la rama de la medicina que más se aleja del resto de las especialidades y, desde esta perspectiva, es válido preguntarse entonces si es adecuado utilizar el clásico paradigma médico para obtener el conocimiento. Esta pregunta cada vez es más frecuente dentro del ámbito profesional, no sólo en nuestro medio sino también a nivel internacional. Así encontramos algunos trabajos como el publicado en el British Journal of Psychiatry, “La Psiquiatría más allá del paradigma actual”, que cuestiona sobre algunos posicionamientos predominantes en la psiquiatría de hoy. Se lee en una de sus partes: “Desde sus orígenes en los entornos asilares del siglo XIX la psiquiatría se ha enfrentado con una pregunta fundamental: ¿puede una medicina de la mente adoptar el mismo método científico que el resto de la medicina? Durante los siglos XIX y XX la psiquiatría sostuvo que los problemas con las emociones, los pensamientos, las conductas y los vínculos interpersonales podrían ser investigados con los mismos instrumentos científicos usados en la investigación del resto de los órganos vitales”.

Además, sus autores, han formado una red de psiquiatría crítica que de alguna manera se enfrenta a la excesiva biologización y medicalización de la psiquiatría y la salud mental.

Como ejemplo de esta necesidad de clasificar tenemos a la Clasificación Internacional de las Enfermedades (CIE) y el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM). Este último surge en la década del 50, cuando la American Psychiatric Association y la New York Academy of Medicine trabajaron en la elaboración de una nomenclatura común, que permitiría establecer datos de manera estadística posibilitando transmitir y sacar conclusiones de manera consensuada.

Desde aquella primera publicación hasta el día de la fecha, nos encontramos con varias ediciones que han ampliado el número de “trastornos mentales”, pasando de 119 a 886 estados patológicos en el DSM IV, sin contar los incorporados en el DSM V. El Dr. Allen Frances, jefe de Grupo de tareas del DSM IV, realiza duras observaciones no sólo al modo de construcción del DSM V sino también a los criterios de “normalidad” en él implementados. Sumado a todo esto se vienen señalando desde hace tiempo vínculos económicos de las personas encargadas de realizar el manual con las grandes empresas farmacéuticas. Todo esto ha puesto en tela de juicio la utilidad actual del DSM.

Si bien, quizás en sus orígenes, establecer un manual sobre afecciones mentales fue una forma para ordenar de alguna manera la diversidad de situaciones “patológicas” en el campo de la psiquiatría y establecer un lenguaje común en el ámbito profesional y poder intercambiar experiencias, la patologización de conductas de la vida cotidiana, los intereses económicos de las grandes empresas y una falta de organización en el proceso de producción del último manual han tergiversado a través del tiempo su intención primera.

Es por eso, que cada profesional deberá tener cuidado sobre qué andamiaje teórico se posiciona para diagnosticar o clasificar a sus pacientes dentro de una determinada entidad nosológica. Sin olvidar que, si bien muchas características conductuales pueden ser semejantes entre sí, cada persona es única e irrepetible y, por lo tanto, requiere de un trato y de una terapéutica acorde a sus necesidades particulares.

Dr. Sebastián Soria, Médico Psiquiatra (M.P. 33442), Miembro de Fundación Clínica de la Familia

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